Conocimiento, inaceptable si carece de comunicación

No dudo en afirmar que lo más importante que se dijo en el II Seminario de Periodismo de Ciencia, Tecnología e Innovación, que se llevó a cabo la semana pasada en Puerto Aventuras, Quintana Roo, no lo dijo un periodista ni un científico, tecnólogo, innovador o autoridad relacionada con la materia sino un filósofo.

Ambrosio Velasco, filósofo de la ciencia y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), ofreció en su conferencia magistral un amplio panorama en el que involucró a la ciencia con la sociedad en que se desarrolla a lo largo del tiempo y explicó cómo el divorcio entre ambas, sobre todo en el siglo pasado, ha tenido consecuencias desastrosas.

Desde principios del siglo XX los filósofos destacan el papel de la ciencia y la tecnología como el principal medio de producción y principal motor del desarrollo social. Entonces no puede haber una filosofía de la ciencia que no tome en cuenta su carácter social y político, explicó Velasco, es algo que olvidamos durante casi todo el XX pero se está retomando en el XXI.

El concepto de la racionalidad científica, que justifica las ideas científicas a través de un riguroso método que demuestra con certeza su verdad, viene desde Descartes. El problema es que se generalizó a todas las ciencias, exactas, naturales y sociales.

"Desde las civilizaciones griega y romana la racionalidad es inseparable de la palabra y el diálogo, es decir, la racionalidad no puede separarse de la comunicación. Pero la concepción moderna de la racionalidad cartesiana sustituye esa comunicación por la pretensión de un método riguroso de conceptos universales ineluctables. Es decir, pasar de ser dialógica a monológica".

También se eliminó su carácter falible y, por lo tanto, mejorable. Antes eran opiniones justificables, no verdades absolutas.

Hobbes generalizó esta concepción de la racionalidad demostrativa y metódica, que Descartes dejaba circunscrito a la física y las matemáticas, a los ámbitos social y gubernamental. Con ello da una justificación racional de la organización del Estado. Y esto se generaliza al resto de las ciencias, en particular, siglos después, a las ciencias sociales del siglo XIX.

Esto eliminó las utopías: "Tenemos que basarnos en la ciencia y si no estamos siendo irracionales".

"Esto tuvo consecuencias graves, como un empobrecimiento de la formación ciudadana y de la civilidad como virtud cívica: si lo que importa es un ejercicio del gobierno con base en la ciencia la ciudadanía sale sobrando porque no es científica. También se dio un desprecio del sentido común y de la voluntad popular. Se dio una justificación epistémica del poder político con el predominio de los expertos, la cual no ha conducido a una equidad social y sí a una multitud de injusticias".

Estas ideas han llevado a delegar otras formas de conocimiento, como el humanístico y el de las culturas tradicionales. Ante eso, "No se trata de un rechazo a la ciencia sino a su exclusividad como condición necesaria y suficiente para el progreso, la justicia y la felicidad humanas".